La temperatura de los hornos que son hoy las calles de Cuba puede cocer los cambios que se necesitan o incinerar principios, como el de la soberanía, que deben ser sagrados. La falta de visión política y de una actuación eficiente desde el gobierno, nunca han generado buenos dividendos.

Según cuenta el exquisito biógrafo Stefan Zweig en su libro María Antonieta, el día que los franceses tomaron la Bastilla, curiosamente en el mes de julio, el duque de Lianncourt interrumpió el sueño de Luis XVI con la noticia. «Pero ¡eso es una revuelta!», exclamó el monarca después de escuchar el reporte de su súbdito; Lianncourt previendo lo que podría costarle al soberano su miopía política, respondió como un profeta: «No, sire, es una revolución»

El síndrome del niño escondido