“…no tenía qué comer ni qué ponerme (me criticaban por el estado lamentable en que acudía a cantar). Despreciaba el subdesarrollo, sabía que era algo que siempre nos iba a estar arrastrando hacia el fondo (nos pasa todavía, y de qué manera). Soñaba que estábamos en camino de superarlo, confiaba en eso, sabía que estaba entre los deseos prioritarios de los que más respetaba, se los había oído decir, y yo lo creí y lo repetí siempre que podía, sabiendo que era uno de nuestros más crueles y antiguos enemigos: el subdesarrollo, la hidra de las mil cabezas. Tanto era así que siempre que me preguntaban para qué se hacía la revolución decía que para salir del subdesarrollo. A algunos compañeros no les gustaba que se hiciera demasiado énfasis en eso. Nunca supe si porque lo consideraban imposible o porque pensaban que decir «para construir el socialismo y el comunismo» era más revolucionario, más correcto, más bonito. Pero yo siempre supe que el subdesarrollo era nuestro enemigo más antiguo y más cruel, mucho más que el imperialismo, que puede que se acabe y quien sabe si nosotros todavía no hayamos vencido a nuestra falta de constancia, de profundidad, de verdadero compromiso, de verdadera conciencia –debilidades que se adquieren en el subdesarrollo y se pegan como la mugre a las uñas–. Abajo el bloqueo, pero muchísimo más abajo –en el exterminio– el subdesarrollo.
