[para el no ducho, que se diga que] Adam Smith no tenía razón en su tesis acerca de la panacea que significaba el individualismo para cualquier tipo de sociedad, puede no llamar la atención, puede parecer hasta trivial. Pero a un economista no se le puede escapar, si está en una posición realmente científica, la real dimensión de lo que significaría la demolición del individualismo y de la libre competencia como base central de la teoría económica.

Es necesario remarcar que Nash descubre que una sociedad  maximiza su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos  acciona en favor de su propio bienestar, pero sin perder de vista  también el de los demás integrantes del grupo. Demuestra cómo un  comportamiento puramente individualista puede producir en una  sociedad una especie de «ley de la selva» en la que todos los  miembros terminan obteniendo menor bienestar del que podrían. Con  estas premisas, Nash profundiza los descubrimientos de la Teoría de  los Juegos, descubierta en la década del 30 por Von Neumann y  Morgestern, generando la posibilidad de mercados con múltiples  niveles de equilibrio según la actitud que tengan los diferentes  jugadores, según haya o no una autoridad externa al juego, según sea  el juego cooperativo o no cooperativo entre los diferentes  jugadores. De esta manera, Nash ayuda a generar todo un aparato  teórico que describe la realidad en forma más acertada que la teoría  económica clásica, y que tiene usos múltiples en economía, política,  diplomacia y geopolítica, a punto tal que puede explicar e incluir  el más sangriento de todos los juegos: la guerra.  

Todo esto puede parecer difícil de entender. Pero no lo es. En  el fondo, si se lo piensa bien, los descubrimientos de Nash implican  una verdad de Perogrullo. Por ejemplo, tomemos el caso del fútbol.  Supongamos un equipo en el que todos sus jugadores intentan brillar  con luz propia, jugar de delanteros y hacer el gol. Más que  compañeros, serán rivales entre sí. Un equipo de esas  características será presa fácil de cualquier otro que aplique una  mínima estrategia lógica: que los once integrantes se ayuden entre  sí para vencer al rival. ¿Cuál cree el lector que será el equipo  ganador? Aun cuando el primer equipo tenga las mejores  individualidades, es probable que naufrague y que, incluso hasta  individualmente, los miembros del segundo equipo luzcan mejor. Esto,  ni más ni menos, es lo que Nash descubre, en contraposición a Adam  Smith, que sugeriría que cada jugador «haga la suya».  

A pesar de que se trata de un concepto muy básico, entonces,  prácticamente nada de la Teoría de los Juegos se enseña en general a  los economistas, casi nada hay escrito en otro idioma que no sea el  inglés y, obviamente, lo escaso que se enseña en carreras de grado y  posgrado se hace sin formular la aclaración previa de que al  trabajar con la Teoría de los Juegos se usa un herramental más  sofisticado y aproximado a la realidad que con la teoría económica  clásica. A punto tal llega esta distorsión (dudaba ya en un  principio si se trataba de una manipulación) que se silencia que la  gran teoría de Smith queda en realidad anulada por la falsedad de su  hipótesis basal, cosa demostrada por Nash.  

En la carrera de economía, en la Argentina y en una vasta cantidad de países, tanto en universidades privadas como en las públicas, se sigue enseñando desde el primer día hasta el último que Adam Smith no sólo es el padre de la economía, sino que además estaba en lo correcto con su hipótesis acerca del individualismo. Los argumentos que se utilizan para explicar que supuestamente tenía razón se basan generalmente en desarrollos teóricos anteriores al descubrimiento de Nash y en cierta evidencia empírica percibida no sin una alta dosis de arbitrariedad. De ello resulta que se contamina a la teoría económica —que debería constituir una ciencia— con una visión ideológica, lo que instituye en ella todo lo contrario de lo que debería ser una ciencia. Muchos de los profesores que día a día enseñan economía a sus alumnos ni siquiera han sido informados de que hace más de medio siglo alguien descubrió que el individualismo, lejos de conducir al mejor bienestar de una sociedad, puede producir un grado menor, y muchas veces muy apreciablemente menor, de bienestar general e individual que el que se podría conseguir por otros métodos de ayuda mutua.

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