Su padre había hecho considerable fortuna fabricando un pegamento de eficacia inmediata que se vendía mucho. Pasaba los días jugando al golf. Su madre era muy piadosa y hacía obras de caridad. Viajaban a Buenos Aires con frecuencia y dormían en su apartamento señorial en Recoleta. Luego el padre de mi amigo cometió el peor error de su vida: asustado por el avance del terrorismo, por las amenazas de muerte que recibía, vendió sus fábricas, sus acciones, su mansión, sus coches de lujo, todo lo que poseía en Lima, y se mudó a Caracas. Entonces comenzó su lento pero seguro declive. Un espadón venezolano, Chávez, capturó el poder. El padre de mi amigo había invertido millones. La revolución comunista de Chávez lo arruinó. Perdió casi todo. Quedó tan expoliado por los ladrones venezolanos en el poder, que volvió a Buenos Aires. Allí murieron los padres de Pablo, enfermos de cáncer y de tristeza.
Mi amigo Pablo nunca tuvo que trabajar. Sus padres le dejaron suficiente dinero para vivir tranquilo, sin grandes ostentaciones ni aspavientos, pero tranquilo, sin apuros, jugando al golf, una de sus grandes pasiones. Se casó con una banquera ambiciosa, tuvieron dos hijas, no fueron felices, acabaron divorciándose. Pablo me contó entonces que la banquera, al divorciarse, lo había desplumado, le había jugado sucio, se había quedado con todo, o casi todo. Entonces mi amigo tuvo que encogerse, achicarse: se mudó a un apartamento pequeño, compró un auto austero, dejó de viajar en absoluto, dejó de comprar ropa y comer en restaurantes. Increíblemente, y mientras yo prosperaba gracias a mis piruetas verbales en la televisión, Pablo era ahora un hombre empobrecido, que vivía con un presupuesto muy ajustado. Pero, aun así, no tenía que trabajar como empleado de nadie, ni someterse a los caprichos de un jefe odioso, de modo que, ya no siendo rico, al menos era libre.
Yo traté de ayudarlo para que tuviera un programa de golf en la televisión, pero fracasé. Ya no nos veíamos con frecuencia. Pablo no viajaba a ninguna parte, no pasaba por Miami, donde yo vivía. Entonces dejamos de vernos, aunque de vez en cuando me escribía algún correo, diciéndome que estaba bien, que había ganado un dinerillo en la Bolsa. Sus pasiones, entonces, eran la Bolsa y el golf. ¿Seguía drogándose? Yo no se lo preguntaba. Me daba miedo lo que pudiera responderme.
Hace mucho que no nos vemos, que no recibo noticias suyas. Pero ahora Pablo me ha escrito, pidiéndome un dinero. El correo es amable y está impregnado de tranquila felicidad: me cuenta que se ha enamorado de un joven venezolano de apenas veintiún años, experto haciendo tatuajes, quien tiene la ilusión de abrir un negocio de tatuajes en un centro comercial. Pablo me dice que su novio hace unos tatuajes increíbles y me pide un dinero para abrir el negocio. Yo nunca me he hecho un tatuaje, pero mi esposa Silvia tiene dos que le quedan preciosos. Pablo me manda una foto de su pareja. Se llama Gerson, es un chico guapo, de mirada melancólica.
¿Debo enviarle a mi amigo el dinero que me pide con carácter de apremio? ¿Debo apadrinar el negocio de tatuajes? ¿Debo decirle que es un préstamo y por tanto aspiro a recuperarlo? Acabo de facilitar un dinero a unos amigos de mi familia, ¿me conviene seguir obsequiando dinero a manos llenas? ¿O ser tan manirroto me llevará a la quiebra, como quebraron los padres de Pablo?
No lo dudo más: debo enviarle el dinero a Pablo. Me salvó la vida, rescatándome del hotel y llevándome a la clínica y luego a su casa. Estaré siempre en deuda con él.
Apruebo entonces la entrega del dinero a mi amigo. Al hacerlo, me siento reconfortado, siento que ninguna suma de dinero será suficiente para devolverle tantas cosas buenas que él me dio. Cuando mi esposa y yo pasemos por la ciudad del polvo y la niebla, invitaremos a Pablo y a su novio Gerson a cenar, y quién sabe si hasta nos haremos unos discretos tatuajes, celebrando los amores improbables, el suyo por Gerson, el mío por Silvia.
El video sobre Ucrania es real, solo que esta hecho por alguien con un punto de vista muy favorable a los rusos. Es una justificación no muy solapada de la invasión rusa a Ucrania.
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Es interesante que esta situación existe desde hace mucho tiempo, se agudizo cuando el gobierno de Obama, y no se hablo mucho de ello con los 4 años e Trump. Entro Biden y se desato la invasión, parece que Putin no respeta mucho al presidente actual. Esa guerra no pienso que Rusia la pueda mantener por mucho tiempo, posiblemente le cueste el puesto a Putin, Rusia se esta desangrando, lo interesante es que le esta costando un dineral también a EU. Brandon le presta más atención a la guerra que los problemas de EU y la usa, al menos, para justificar su inoperancia, mal manejo de la economía y de todo. Es una buena excusa que mucha gente se la cree porque es real e influye en lo que ocurre en el mercado.
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El mejor video (hecho hace 6 meses!!!) que he visto sobre lo de Ucrania. Con montones de cosas que no sabía
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