Do larger incomes make people happier?
Two authors of the present paper have published contradictory answers.
Using dichotomous questions about the preceding day, [Kahneman and Deaton, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 107, 16489–16493 (2010)] reported a flattening pattern: happiness increased steadily with log(income) up to a threshold and then plateaued:

Using experience sampling with a continuous scale, [Killingsworth, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 118, e2016976118 (2021)] reported a linear-log pattern in which average happiness rose consistently with log(income):

We engaged in an adversarial collaboration to search for a coherent interpretation of both studies.
A reanalysis of Killingsworth’s experienced sampling data confirmed the flattening pattern only for the least happy people. Happiness increases steadily with log(income) among happier people, and even accelerates in the happiest group. Complementary nonlinearities contribute to the overall linear-log relationship. We then explain why Kahneman and Deaton overstated the flattening pattern and why Killingsworth failed to find it.
We suggest that Kahneman and Deaton might have reached the correct conclusion if they had described their results in terms of unhappiness rather than happiness; their measures could not discriminate among degrees of happiness because of a ceiling effect. The authors of both studies failed to anticipate that increased income is associated with systematic changes in the shape of the happiness distribution. The mislabeling of the dependent variable and the incorrect assumption of homogeneity were consequences of practices that are standard in social science but should be questioned more often. We flag the benefits of adversarial collaboration.
Ver que de una le llaman ‘don’: mafioso.
Así q el Liability sobra.
Los del Partido Demócrata están en la otra cara pero no son otra cosa. Los Padres Fundadores con su sentido del progreso le dan sentido a esta nación con tal solidez que estos manipuladores sin ser buenos tipos, hacen el bien, comparado con el descalabro de la acera de enfrente
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De Leon Tolstoi.
En las lejanas tierras del norte vivió, hace mucho tiempo, un zar que enfermó de gravedad. Mandó llamar a los mejores médicos del reino, que le vendieron, a precios astronómicos, todos los remedios que conocían y otros nuevos que se inventaron, pero lejos de mejorar, la salud del zar empeoraba día tras día.
Le recetaron baños calientes y helados, le hicieron ingerir jarabes de eucalipto, de miel y de plantas aromáticas traídas de exóticos países en largas caravanas. Le aplicaron ungüentos, bálsamos y cataplasmas hechas con insólitos ingredientes, sin embargo, la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre, que prometió la mitad de todas sus posesiones a aquel que fuera capaz de curarlo.
La noticia se propagó rápidamente, pues las riquezas del zar eran cuantiosas, y no tardaron en llegar eminentes doctores, prestigiosos magos y notorios curanderos desde todos los rincones del planeta para intentar devolverle al zar la salud perdida. A pesar de ello, fue un humilde poeta el que aseguró:
—Yo conozco el remedio. Yo sé cuál es la medicina que curará los males del monarca: se ha de encontrar a un hombre feliz y pedirle su camisa; cuando el Zar se vista con ella, sanará.
Partieron los emisarios del zar hacia todos los confines de la Tierra, pero encontrar a un hombre feliz no es una tarea fácil. El que tenía una salud de hierro, ansiaba riquezas; el que era inmensamente rico, añoraba ser amado sinceramente; y al que amaban mucho, los achaques no lo dejaban vivir. Aquel otro se quejaba de los hijos, y el de más allá de sus vecinos, de sus parientes, de su país o de su trabajo.
Pasaban los días, la esperanza se perdía y la salud del zar empeoraba, hasta que, una tarde, uno de los emisarios del zar pasó junto a una pequeña choza que tenía la puerta abierta y la alegre voz de un hombre, que en el interior descansaba junto al fuego de la chimenea, llamó su atención:
—¡Qué feliz soy! Hoy me han dado una paga por mi trabajo, tengo una salud de hierro y mi familia y mis amigos me quieren mucho, ¿qué más puedo pedir?
El emisario mandó enseguida noticias al palacio diciendo que, por fin, había aparecido un hombre feliz. En el palacio se respiraba optimismo y la zarina ordenó con premura:
—Traed ahora mismo la camisa de ese hombre. ¡Decidle que a cambio de ella podrá pedir lo que quiera!
En medio de una gran algarabía, los cortesanos comenzaron a preparar una fastuosa celebración para recibir al hombre feliz; al hombre que le devolvería la salud al zar que, por fin, se recuperaría de su misterioso mal.
La ciudad entera esperaba con impaciencia a los emisarios. Vigilaban desde ventanas y caminos para ver la llegada de la comitiva real que traía el remedio para sanar a su gobernante, mas, cuando llegaron, traían las manos vacías:
—Pero, ¡¿dónde está la camisa del hombre feliz?! —apremió con impaciencia la zarina— ¡Tenemos que vestir con ella al zar para que se cure!
—Señora —contestaron compungidos los mensajeros—, el hombre feliz no tiene camisa.
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El dinero no trae felicidad, solo permite comprar cosas que nos hacen felices.
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Papa Francisco califica al régimen de Daniel Ortega como “dictadura grosera”
El sumo pontífice hizo tales declaraciones después de la condena a 26 años y cuatro meses de prisión del obispo nicaragüense Rolando Álvarez
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