«Para el gran jefe inca, por todo lo que nos une: los libros, los burdeles y la noche.»

Lo mismo que Vargas Llosa, que se había inaugurado sexualmente con las putas de Lima y de Piura, García Márquez, nueve años mayor que el peruano, había aprendido a ejercer su virilidad con las más encantadoras de Cartagena y Barranquilla, y hasta había vivido en los altos de un burdel en Barranquilla, donde él y las putas dormían hasta el mediodía y trabajaban de noche, ellas follando, él fabulando.

-No voy a dormir esta noche -dijo Vargas Llosa-. Me daré un festín, leyendo de nuevo esta obra maestra.

No mentía. Pasó la noche en vela, leyendo a su amigo, sintiendo que García Márquez era Dios. Por eso, pocos años después habría de publicar un ensayo sobre aquella novela, titulado Historia de un deicidio, sugiriendo que Gabriel había matado a Dios para erigirse en el insolente Dios de la literatura él mismo.

  • ¿Qué harás con el dinero del premio? -preguntó García Márquez.
  • No lo sé -dijo Vargas Llosa-. Pero me dará un gran respiro. Con ese dinero puedo vivir dos y hasta tres años.

Se encontraban en Caracas porque Vargas Llosa se disponía a recibir el premio Rómulo Gallegos, que entregaba el escritor venezolano cada cinco años, un galardón dotado de veintidós mil dólares, dinero apreciable para un escritor en aquellos tiempos.

-Ten en cuenta -añadió Mario- que la universidad en Londres me paga quinientos dólares mensuales. O sea que veintidós mil dólares es una fortuna para nosotros, es lo que gano en casi cuatro años dando clases en

Londres.

-Yo nunca he visto tanto dinero junto -dijo García Márquez, y no mentía, aunque muy pronto, con las ventas formidables de Cien años de soledad, ganaría mucho más, y de hecho obtendría el mismo premio Rómulo Gallegos cinco años más tarde por esa novela, aunque eso no podía saberlo aquella noche con Vargas Llosa en el bar del hotel Humboldt.

  • Fidel quiere que done este dinero a la revolución -dijo Vargas Llosa.
  • ¿Qué dices? -se sorprendió Gabriel-. ¿Fidel está loco? ¿Cómo carajos vas a donar este dinero? ;Pronto serás padre de dos hijos, y viviendo en Londres! ¡La revolución cubana no necesita ese dinero, pero tú sí!
  • ¿Piensas que no debo donarlo?
  • Ni a cojones, hermanazo. Ni a palos. Esa plata no es tuya, es de Patricia y de tus hijos.

Luego Vargas Llosa relató:

  • Alejo Carpentier vino a verme en Londres. Trajo una carta de Haydeé Santamaría. No me la entregó, no quiso dejármela. La leyó. Haydeé me decía que debía donar el dinero de este premio al Che Guevara, que lo necesita más que yo.
  • ¡Qué canalla! -dijo García Márquez-. ¡Y Carpentier haciendo de amanuense, qué triste!
  • Me sentí francamente sorprendido y te diría que hasta violentado – prosiguió Vargas Llosa-. Aun no he recido el premio y ya ellos decidieron que hacer con él.