Han transcurrido ochenta y ocho días desde que un oficial de la Seguridad del Estado tocara en la puerta de mi edificio. NADIE -ni los patéticos policías que me detuvieron durante cinco horas, ni los que cercenaron una peña cultural por falta de bebidas alcohólicas, ni los que en Fiscalía confían como juez y parte en la Contrainteligencia, ni los que se inventan un almacén en mi casa y lo divulgan en Revolico, ni los que se entretienen chivateando sobre mis rumbos en la ciudad, ni los que cada vez con mayor descaro oyen mis conversaciones telefónicas, ni los que se escudan tras perfiles falsos o no tan falsos para ofenderme en las redes, ni todos los que con su actuar hacen contribuciones inestimables al concepto de dictadura- ha tenido el coraje de enfrentarme, salvo con despliegue de motos cual película sabatina para detener a un hombre de sesenta años. Menuda convicción revolucionaria la que defienden. Me recuerdan una frase de Fidel: «Cuando al hombre se le pretende truncar la capacidad de pensar y razonar, se le convierte de un ser humano en un animal domesticado».

Exijo, desde las únicas páginas que me están permitidas, se libere de inmediato a mi hijo y se le permita abandonar el país. Aquí peligra su integridad física y sicológica.

Ruego al gobierno español y a su embajada en Cuba se interesen por otorgar a mí y a mi esposa sendas visas para que se haga efectivo un viaje a Madrid con trámite legal para asistir a la presentación en junio de una serie de libros editados por mí. Realizamos un primer intento en octubre, antes de que se desatara la madeja de presiones y chantajes de la Seguridad del Estado y la Policía Nacional Revolucionaria. La Unión de Escritores y Artistas de Cuba -de la que ambos somos miembros- nos ha apoyado con la solicitud. Urge retirar la ilegal prohibición de salida del país que pesa sobre mí sin basamento legal alguno. Fue impuesta en medio de un proceso de reclamación que inicié el pasado 30 de enero, del cual aún no he recibido respuesta.

Habrá que ver si se atreven, una vez más, a desterrar a un cubano de nacimiento, o a no dejarme regresar a mi patria.

Hago un llamado a la ONU, a su Comisión de Derechos Humanos, a Amnistía Internacional, a la Unesco, al Vaticano, a las congregaciones religiosas de cualquier denominación, a la Cruz Roja Internacional, a las embajadas asentadas en La Habana, a los gobiernos y parlamentos democráticos del mundo entero, a escritores y artistas honestos, a los medios internacionales de prensa, a la izquierda internacional y a todas las personas de buen corazón a que intercedan por mi hijo.

Ya vendrán algunos a gritar que Eduardito merece estar tras las rejas. Veremos si dicen lo mismo de sus captores. Prefiero que a mi hijo lo salve la propia vida y lo que le queda por delante con 22 años. Que su reivindicación con la sociedad y consigo mismo la logre sin la bota que estrangula la posibilidad de ser el hombre digno que soñé para él, o el hombre libre que soy y que tanto molesta.

Hago responsable al presidente de la República, al primer ministro, al Partido Comunista de Cuba, a los órganos del Ministerio del Interior, de represalias que se ensañen en un joven que no tiene más culpa que ser hijo de su padre, además de la que debe cumplir como resarcimiento a su víctima, avalada por dos años de prisión en ejemplar actitud. Ellos y nadie más que ellos son reos de una política que nada tiene que ver con principios revolucionarios y pretende sumir en el ostracismo a un intelectual como yo que mucho ha hecho por la cultura de la Isla; que en su labor como periodista defiende verdades por incómodas que sean; que como escritor y humorista comete el delito de hacer reír en medio de la desgracia y ha obtenido treinta premios nacionales e internacionales; que en su trabajo como editor asumió libros de Fidel Castro, Hugo Chávez, Armando Hart, Eusebio Leal, Ignacio Ramonet y otros autores.

Si mi reclamo no es atendido, el sábado 29 de abril, entre las 12:00 m y la 1:00 pm, volveré a sentarme ante el monumento al Apóstol del Parque Central, esta vez en protesta pacífica por el acoso que vivimos Eduardito y yo. Lo repetiré semana tras semana, a la misma hora. Ya nada tengo que perder.

Lo he dicho en estas mismas páginas: enciérrenme si les da la gana, agreguen a mi sanción los años que le quedan por cumplir a Eduardito, invéntense cuantas cobardes multas y medidas (in)cautelares les sirvan para encubrir sus fechorías, intenten silenciarme para que mi voz se oiga cada vez más alto, pero

¡NO TOQUEN A MI HIJO!