De la verdad venimos, y con la verdad hemos sabido mantener nuestras convicciones e ideales intactos, seguros de que, más temprano que tarde, Cuba se librará de esta terrible plaga que la carcome día tras día. Y es ésta una fuerza inconmensurable; la dictadura ha podido mentir, manipular, falsear, distorsionar, tergiversar y adoctrinar a su antojo en estas seis décadas, lo que no pudo jamás hacer es forzar a un alma libre, a una mente liberada del adoctrinamiento y propaganda, a un cubano digno que jamás cayó en su engañifa demagógica, en la gigantesca estafa que sumió a todo un pueblo, a hacer tabula rasa y a negar sus firmes y profundas convicciones, simplemente porque es, a todas luces, imposible. Si hay algo a lo que las dictaduras les temen es a las personas de pensamiento independiente, crítico y libre; a los ciudadanos con la suficiente capacidad para discernir el trigo de la paja, a aquellos que se forman sus propias ideas, sus propias convicciones, sus propios juicios. ¡Un miedo enorme les tienen! Y sabemos perfectamente por qué. Las personas que leen, que se forman, y arraigan allí, su propia visión, sus propias ideas, las personas que están siempre dispuestas a saber más, a conocer más, a entender mejor lo que sucede a su alrededor, en su país o sencillamente en el mundo, y que saben que el conocimiento nunca acaba, que el ser humano nunca deja de aprender, y descubrir cosas nuevas, y conocer nuevos enfoques, nuevas aproximaciones, nuevas ideas, son personas que están prácticamente inmunizadas contra el adoctrinamiento y contra la mentira disfrazada de verdad, peor aún, de verdad absoluta.


A un cubano culto, a un cubano ávido de conocimientos, ávido de estudios, ávido de contrastar las ideas, las visiones que tenga con las de otras personas, no podrá jamás la dictadura volverlo una persona adoctrinada. Porque, si lo pensamos detenidamente, no hay nada más absurdo, no hay nada que vaya más contra la naturaleza humana que la tiranía y la penalización del disenso y de la libertad de expresión. Porque el ser humano, por naturaleza, tiende a debatir, tiende a intercambiar, tiende a fomentar espacios donde sea posible el intercambio civilizado y respetuoso de opiniones e ideas. Y no hay nada más ridículo, absurdo, e incluso, antinatural, ajeno a la propia capacidad del hombre, a la propia visión del hombre, a la propia existencia del hombre, que el pretender coartar esta libertad, este derecho inalienable, estos sagrados principios que nos pertenecen, nos pertenecen a todos los seres humanos por igual, por el sencillo hecho de que nacemos con ellos, y es absolutamente demencial pretender arrebatártelos.


Nunca he entendido, ni entenderé, la razón que esgrimen los tiranos, los autócratas aspirantes a tiranos, y los oportunistas aspirantes a autócratas, para coartar, restringir y limitar los derechos más sagrados, especialmente el de libertad de expresión. Una idea que proclame su triunfo, una ideología que proclame su superioridad, un partido político que proclame su victoria, un gobierno que proclame sus credenciales de superioridad, sus credenciales de popularidad, o sus credenciales victoriosos, sobre la base de coartar e impedir en la práctica el ejercicio de las más amplias e irrestrictas libertades públicas, civiles y políticas, ese será un gobierno quizás con mucho poder, quizás con una gran acogida de las masas, quizás con una supuesta legitimidad que vendrá dada por cuestionables demostraciones de apoyo, por la fuerza que le otorgue la propaganda y el adoctrinamiento, pero será ese un gobierno débil, muy débil, en tanto base su poder sobre la fuerza bruta, y sobre la exclusión y la censura, nunca sobre la capacidad de persuasión, de convencimiento y de innegables virtudes políticas, que vendrían convalidadas, aceptadas y jubilosamente proclamadas sobre el hecho y la razón del diálogo, de ideas convincentes y certeras, de argumentaciones profundas y convincentes, y no sobre la imposición. Y muy débil será siempre un gobierno que para “triunfar”, para “vencer”, para lograr imponerse a toda la población, tenga que coartar el sagrado derecho a la expresión, tenga que impedir el debate, tenga que censurar las opiniones contrarias, tenga que tomar, incluso, represalias contra sus opositores, discrepantes y adversarios, tenga que perseguir a todo aquel que diga algo que les incomode; ese será, sin dudas, un gobierno débil, un gobierno basado en la mentira y la exclusión; un régimen que jamás logrará aglutinar a su alrededor a la ciudadanía, más allá de diferencias ideológicas o de otro tipo, porque sencillamente el ser humano no acepta la imposición, no acepta la fuerza bruta como fórmula para lograr el consenso. Porque el consenso no se impone, se llega a él después del diálogo, después del intercambio, después del debate honesto: se llega a él después de un legítimo triunfo en las urnas, e incluso así, es reversible, porque no es ni puede ser jamás un cheque en blanco. El consenso se logra sólo después de que la ciudadanía, por voluntad propia y sin presiones de ningún tipo, decide otorgárselo a un gobierno.


Porque la verdad es que la Cuba que queremos no será jamás calco y copia de ningún país, de ningún sistema político, por más que sea funcional y haya demostrado su éxito: la Cuba que queremos habrá de tomar siempre en cuenta a los elementos naturales del país, como nos enseñó el eterno Apóstol. La Cuba que queremos ha de ser, primero que nada, creación autóctona y fecunda de todos los cubanos. Y no podrá jamás el odio, no podrá jamás la imposición, no podrá jamás la fuerza, articular a todos los cubanos y unirlos en un solo haz, impenetrable e invencible, de modo tal que sea imposible que vencer. La Cuba necesaria prescindirá del odio, acaso justificado por décadas de sumisión de los cubanos a un solo poder, a una sola ideología, a un dogma con ropaje de autoctonía, de autenticismo, y de noble grandeza y virtud. Y prescindiremos, además, de pretender trazar pautas, que la Cuba nueva se erigirá sobre los cimientos de la antigua, y sobre la verdad lograda del consenso popular, luego de tantos años de mutismo y apatía cívica. No haremos otra cosa que darle voz y voto al pueblo de Cuba: que ya bastante tiempo han tenido soportando como esclavos el yugo de la tiranía.


Los debates en estos momentos son una trinchera y un pequeño pulso a lo que está por venir. Y que se vayan adaptando los acostumbrados al monólogo y al vacío, repetitivo y hueco discurso oficial, que la era que está llegando no será otra que la de permitir expresar, con total libertad, con total sinceridad, con total transparencia, al pueblo de Cuba todo aquello que tenga que decir luego de seis décadas en que nos robaron la capacidad de expresarnos libremente. Somos, no me apena decirlo, – la honestidad es esencial- un pueblo acostumbrado al silencio, al letargo, a la apatía, a permitir que otros tomen decisiones por nosotros, a gritar en la Plaza el mantra oficial, mientras que, en el hogar, bien bajito, vertemos toda clase de críticas al régimen y a la desgracia que este trajo para nuestra Patria. No: esos tiempos están por acabarse, y la dictadura lo sabe. Sabe que se están abriendo ya las grandes alamedas, los grandes surcos, los caminos por los que un pueblo transitará, finalmente y después de un largo letargo, hacia la libertad, no exenta de riesgos, no exenta de retrocesos, pero infinitamente superior a este régimen de oprobio, y plenamente acorde a las aspiraciones más íntimas del ser humano, a sus sueños de realizaciones personales y colectivas, a sus anhelos de progreso y bienestar para su Patria.


Y hemos de hacer todo lo posible por fomentar el respeto a la libertad de expresión, de todos los cubanos. Luego de que comencemos a darle voz a tantos cubanos, luego del júbilo inicial porque haya caído una grotesca y repugnante dictadura, crearemos todos los espacios posibles para que la ciudadanía pueda expresar sus opiniones y debatir, polemizar, intercambiar con cubanos de todas las tendencias ideológicas. Ya basta de cortarle las alas a la expresión sincera y honesta, a la diversidad de ideas y puntos de vista, a las diferentes posturas políticas, que hay tantas como cubanos hay en esta y otras tierras. Que no hay nada más grandioso que ver a un ser humano que defiende con pasión e inteligencia sus ideas, aunque no coincida con las propias. Esa pasión, ese respeto al decoro del hombre, y a la inteligencia del hombre, y a la dignidad del hombre, hay que rescatarla.


Y no sólo de promesas se vive, es cierto, pero este pueblo, en mi opinión, necesita algo más que la sagrada mención a ideales que, por muy puros y nobles que fuesen, requieren más que su constante mención para convencer a muchos compatriotas escépticos e incrédulos, que no creen posible salir del actual estado de depauperación que viven; y es preciso, por tanto, persuadirlos a todos de que la libertad no es sólo posible, sino que constituye la razón que nos guía; tampoco es una camisa de fuerza ni constituye no más que una etiqueta o un ente inasible e intangible, sino que resulta aspiración vital y efectiva, y fuerza unificadora y aglutinadora que nos mueve y nos arrastra, que nos impregna de toda su fuerza y de todo su poder dulcísimo y puro. Y hemos de proponer, además, cosas concretas; hemos de tener un objetivo claro y una articulada y bien pensada estrategia para salir de este nefasto estado de cosas reinante. Porque algo esencial constituirá sin dudas la propuesta de plebiscito nacional, que cuenta con un amplio consenso entre diversos actores de la sociedad civil, para que el pueblo decida, democrática y soberanamente el rumbo que deberá tomar el país. Pero hay otras diversas propuestas que requieren meditar y reflexionar profundamente para poder alcanzar un consenso en torno a ellas. Hemos, sin lugar a dudas, de lograrlo, porque Cuba demanda que pongamos todo nuestro empeño, todos nuestros esfuerzos y toda nuestra inteligencia en elaborar una estrategia definitoria que saque al país del abismo.


Del debate entre cubanos se bebe, se saca fuerzas, se sacan experiencias, se pone el máximo empeño y la máxima atención para lograr que las posturas discordantes no se interpongan en el camino de una Cuba libre y democrática. Por el bien de todos los cubanos, es preciso situarnos en el camino de la reconciliación nacional y en la senda de la democracia. Y la República será feroz guardiana de las libertades públicas y del respeto, el aprecio y el civismo entre cubanos. Que no otra senda será posible tomar, que no otra cosa demanda la Patria, sino que seamos capaces de honrar nuestro compromiso histórico, nuestros justos y límpidos móviles, nuestro honor, nuestro orgullo y nuestra propia vida, y que no vengamos, a última hora, a ensuciar y a malbaratar todo lo que hemos logrado, en aras de un reprochable exceso de vanidad, de egoísmo y de soberbia, que vendría a romper de un tajo con nuestros más sagrados principios e ideales, y a confundir, debilitar y dividir en el momento en que mayor unión hace falta.


Y olvidémonos ya de excluir: olvidémonos ya de distribuir etiquetas y descalificaciones sin fundamento, o en todo caso, mal basadas en una errónea interpretación de los acontecimientos y de la realidad, y encuadradas en aseveraciones simplistas y tendenciosas, con el rezago, y el residuo de perniciosos hábitos y costumbres de raíz antidemocrática y excluyente; que tan cubano es el exiliado que ayuda a su familia que sufre en Cuba, y que detesta, con contundentes argumentos y lógicas, a la dictadura que pisotea la Isla, como el anciano jubilado que dedicó toda su vida a una utopía que ahora se ha transformado en infierno, y que sobrevive en la extrema pobreza, dependiente de las remesas que envía el hijo, o el nieto, que emigró, las que realmente impiden que se muera de hambre. Dejemos el maniqueísmo, el divisionismo y la exclusión: cubanos hay dignos, y honrados, de todas las posturas políticas.


Pero sabremos ser mejores. Sabremos estar a la altura de todo lo que el momento demanda. Sabremos actuar como se debe para hacer de una vez lo necesario. Porque así demostraremos con la contundencia mayor, y con toda la fortaleza que nos da sabernos en el camino correcto, que hemos sido capaces de tomar las debidas lecciones de la historia, y de actuar en consecuencia, porque no hay dicha mayor que la superación, no hay dicha mayor que la de sentirnos cada día mejores, cada día más útiles, y cada día más preparados. La Cuba totalitaria, la Cuba acostumbrada a los ecos del poder, a las frases repetitivas y al mantra recitado por el caudillo, a los monólogos del poder y al silencio de los gobernados, ha de ceder paso a una República como la soñó Martí, con todos y para el bien de todos. Y hacia ese horizonte posible y necesario, hemos de orientarnos, con humildad, con sosiego y entereza, pero también con toda la fuerza que nos da la razón y la justicia, y con la firme convicción de que la situación actual es completamente insostenible y que precisamos un cambio urgente y radical si queremos salvar a Cuba.

autor: Daniel Torres