…hoy el poder [del gobierno cubano] está más repartido y no se concentra en un solo individuo.

No es imposible que el poder real descanse en los generales, que hoy controlan no sólo las armas sino también la economía, o al menos sus sectores más rentables, y cuya red de inversiones parece extenderse más allá de nuestras fronteras. Insisto una vez más en que podría estar equivocado, pero no me sorprendería que el poder real lo ejerza una junta de generales mientras que los funcionarios civiles gobiernan y toman decisiones dentro de los límites de lo permisible fijados por este gobierno en la sombra.

No se me esconde que todo esto puede sonar vagamente conspirativo e incluso disparatado, y no tengo interés en afirmar la realidad de estas especulaciones o en resistirme a corregirlas cuando la realidad se decida a educarme. Lo importante, me parece, no es tanto cuál de estas hipótesis es la correcta como definir con quién hay que hablar.

Quede claro que no pretendo restarle alcance a lo que sucedió el pasado viernes 27 de noviembre [de 2020] frente al Ministerio de Cultura. Por el contrario, creo que fue algo de mucha importancia: por primera vez un grupo numeroso de ciudadanos se reunió de manera espontánea para reclamar los derechos y las libertades de todos. Qué consecuencias va a tener esto a mediano o largo plazo es imposible saberlo ahora, pero no deberíamos minimizar su significación. No obstante, es la concentración en sí a lo que concedo valor, no a la reunión que tuvo lugar a consecuencia de ella con funcionarios de cultura.

La realidad es que conversar con Fernando Rojas y quienes lo acompañaban es una pérdida de tiempo. Rojas es un parachoques cuya función es ofuscar, distraer, obstaculizar. Rojas no tiene ni el poder ni la autonomía para tomar ningún tipo de decisión significativa. Cambiarlo por el Ministro de Cultura, Alpidio Alonso, no es un paso de avance. El Ministerio de Cultura es una institución insignificante en la estructura del poder en Cuba, y sus funcionarios son incapaces siquiera de realizar cambios cosméticos sin antes consultarlos con quienes en realidad dan las órdenes en la isla, quienesquiera que sean [usando su mensajero (el Partido*) para que la decisión final sobre estos temas llegue a sus oidos, y rodillas, Alta y Clara].

Así las cosas; reunirse con funcionarios que, en el mejor de los casos, pueden actuar como mensajeros –si actúan de buena fe [‘buena fe’ ¡ja!🤪], si no están ahí para restarle momento o incluso inmovilizar a los que protestan– es una pérdida de tiempo. La conversación tendría que producirse con quienes tengan el poder real para efectuar cambios reales. Que no es que vayan a hacerlos, cierto, pero ¿para qué desgastarse hablando con alguien que es casi tan impotente como el resto de nosotros?

No estoy sugiriendo que todo deba detenerse hasta que sepamos quién manda en Cuba. Por el contrario, creo que deberían continuar las acciones y las protestas, no debería desaprovecharse el impulso conseguido. Y pudiera ser incluso que esta presión continuada termine por obligar a revelarse a quienes en realidad dan las órdenes en la isla. No limitarnos a decir, por ejemplo, “los generales”, sino ponerles cara y nombre y apellidos. Pero insisto en que es una pregunta a la que se le debería tratar de encontrar respuesta. Primero, para determinar si el interlocutor que se tiene en frente refleja una intención seria por parte del Gobierno de prestar atención a los reclamos y, por qué no, negociar cambios que inicien un proceso de democratización real o si sólo busca ganar tiempo mientras intenta sabotear este esfuerzo [¡Bingo!]. Segundo, porque va siendo hora de aplicar un poco de transparencia al entramado opaco de poder que controla la nación.

Para conseguir ambas cosas resulta indispensable entonces saber dónde descansa el poder real en la isla. Así que repito, ¿quién manda en realidad en Cuba? Es urgente responder correctamente esa pregunta.

[ publicación completa AQUÍ ]

*PCC: Partido Comunista de Cuba, según la Constitución la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado: el telégrado que, como sistema nervioso de este engendro, transmite las señales de mando que todos deben acatar so pena de ser defenestrados.